No profundizaré en lo que pienso sobre «el comunicador influencer de boca sucia», una persona aparentemente feliz, pero con marcadas carencias sociales, profundo narcisismo y de bajo nivel social, que se refugia en su entorno porque no tiene la capacidad de integrarse en públicos con un poco más de nivel.
No, ese no es el tema. Profundizar en las patologías personales no es justo.
Una de las justificaciones que se esgrimen cuando se intenta justificar que sus contenidos, al ser por YouTube, deben ser regulados por esta plataforma, es que se producen para YouTube, que opera bajo las leyes de los Estados Unidos.
Es cierto que YouTube es una plataforma extranjera, pero los contenidos se pueden censurar si existiera un criterio adecuado en las instituciones que manejan temas de cultura y regulaciones. Sin embargo, estas instituciones llevan mucho tiempo de «vacaciones», contribuyendo al descalabro social y educativo que corroe discretamente, pero de forma acelerada, nuestra sociedad. No escapa de esto este personaje tan controversial, que demuestra cada día sus carencias, y aquellos que le apoyan, demostrando que «por la plata baila el mono».
Si bien es correcto que YouTube debería tener más control sobre los contenidos, la pregunta es si una sociedad debe permitir la impunidad, especialmente cuando el personaje tiene otras aristas económicas e incluso vínculos con políticos y el gobierno. Este participa, aunque sea indirectamente, en la degradación acelerada de la sociedad, pues mientras más podrida, más fácil es gobernar.
Se conocen vínculos directos del personaje con altos dirigentes, incluso del partido de gobierno. Si bien es difícil reclamarle a YouTube, a estos dirigentes, que alimentan su boca sucia y falta de respeto, sí se les puede pedir que sea un ganar-ganar: te apoyo si mejoras tu conducta.